jueves, 2 de mayo de 2013

Devolvedme mi parque, casualidades.


Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 06:35. Volver a dormir.
Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 10:27. Mucho mejor.
Sospechaba que sería un día como otro cualquiera, pero no, me negué.
Saludé en twitter, limpié la casa, me duché y preparé un cuaderno y un bolígrafo. Todo apuntaba a que hoy no sería un día como otro cualquiera, aunque se pareciera mucho.
Así que, qué mejor para romper la rutina que salir a la calle, tomar un poco el aire, beber alguna cerveza y ver a los críos jugar mientras escribo y contemplo lo primero que se cruce ante mis ojos.
De repente: gritos. Muchos gritos. Me asomé a la ventana. Gritos antifascistas por aquí, ACAB por allá; cervezas por allí y policías por acá.
Qué cojones. Bueno, no importa, mejor, mucha más gente agolpando las calles al ritmo de sus ideologías. Supongo que son los gajes de vivir en la zona olvidada de Berlín. Zona adornada con preciosas fábricas abandonadas y cadáveres en decadencia a la merced de las prostitutas y la inercia.
Es igual, pensé, no será un día como otro cualquiera. Incliné como pude la cabeza hacia el camino que lleva a mi parque y, ¡sorpresa!, estaba cerrado por la policía.
Joder.
Mientras tanto la masa histérica corriendo de un lado a otro, como el que juega al pilla pilla con una policía que les ignora completamente. Adrenalina en estado puro. Una válvula de escape para gente que grita mucho y hace poco. Como todos, supongo.
Joder, una puta avispa.
Y así fue como cerré la ventana y dejé a la masa eufórica con su pilla pilla, a los policías con mi parque y a mí con la inercia.
Sospeché que sería un día como otro cualquiera, y en efecto.

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