jueves, 9 de mayo de 2013

La vida es un puñado de papeles de colores.


Nacemos, crecemos, perdemos la inocencia y morimos.
Soñé con un mundo en el que la gente disfrutaba del papel y el caos que puede contener, incluso vivían y morían por él. Esos pequeños papeles contenían la mejor de las novelas, la más bella poesía e incluso un pedazo del sentido de nuestra vida. La gente dedicaba los buenos días, incluso las buenas tardes y, los más afortunados, las buenas noches, para conseguir acumular más y más pedazos impregnados de letras. Cuando lo tenían en sus manos, incluso en sus bolsillos, reían con él, lo celebraban e incluso lo canjeaban para el deleite de sus cinco sentidos. Pero cuando ya no quedaba; lágrimas. El hueco que dejaba en sus vidas se llenaba de plegarias, de gritos, de sufrimiento. Todo perdía el sentido.

Un día soñé con un mundo en el que la gente disfrutaba del dinero. Y qué desgracia.

domingo, 5 de mayo de 2013

Felicidades, mamá.


Hoy es el día de la madre. Bueno, hoy y siempre. Todos los días deberían ser el día de todo lo que merece la pena en esta vida.
Tal vez, madre, tú no me trajeras al mundo, pero eso no importa, porque cuidaste de mí como si así hubiese sido. Como si fuera un trozo más que nació de lo más profundo de tu ser.
Tarde o temprano, el tiempo rompe todo, incluso a ti, pero jamás quebrará el recuerdo. Tu afecto y paciencia siempre tendrán hueco en mi vida, tu pequeño legado.
Muchas fueron las tardes que me decías “sé feliz, estudia mucho y ten una vida digna, no lo olvides”. Y, aunque a destiempo, lo recordé, y en gran parte gracias a ti.
A veces es demasiado tarde para ser consciente del valor de las palabras, y, sobre todo, para agradecerlas. Pero te lo agradezco, infinitamente, sea donde sea que estés.
Desearía creer que existe un sitio en el que te cuidan como mereces, no una simple y perpetua nada. Pero eso no importa, siempre estarás en mí, y siempre guardaré la estela de tu cariño como mereces.
Feliz segundo, minuto, hora, día y eternidad, Mamá. Te quiero.  

sábado, 4 de mayo de 2013

El alcohol es para estúpidos y cobardes.


Eso dije unas semanas antes de meterme media botella de tequila y un par de cervezas del tirón, directo al alma. Quería matar a la hija de puta de la melancolía a base de tragos. Deseaba arrancarle esos tacones tan afilados que tantas taquicardias me estaban provocando. Anhelaba follármela con la rabia del que se siente muerto en vida.
Pero el único que acabó al borde del precipicio de la cama fui yo.
Vomité tantas veces como mariposas anidaron en lo más profundo de mi ser. Y reí. Reí con la demencia del que no puede llorar.
Y lo peor, lo peor de todo, más doloroso que tener tus principios e ilusiones en ruinas, es la resaca de imposibles que se avecina.
La vida te brinda oportunidades, por supuesto que sí, pero sólo para deleitarse viendo cómo las destrozas.

jueves, 2 de mayo de 2013

Devolvedme mi parque, casualidades.


Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 06:35. Volver a dormir.
Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 10:27. Mucho mejor.
Sospechaba que sería un día como otro cualquiera, pero no, me negué.
Saludé en twitter, limpié la casa, me duché y preparé un cuaderno y un bolígrafo. Todo apuntaba a que hoy no sería un día como otro cualquiera, aunque se pareciera mucho.
Así que, qué mejor para romper la rutina que salir a la calle, tomar un poco el aire, beber alguna cerveza y ver a los críos jugar mientras escribo y contemplo lo primero que se cruce ante mis ojos.
De repente: gritos. Muchos gritos. Me asomé a la ventana. Gritos antifascistas por aquí, ACAB por allá; cervezas por allí y policías por acá.
Qué cojones. Bueno, no importa, mejor, mucha más gente agolpando las calles al ritmo de sus ideologías. Supongo que son los gajes de vivir en la zona olvidada de Berlín. Zona adornada con preciosas fábricas abandonadas y cadáveres en decadencia a la merced de las prostitutas y la inercia.
Es igual, pensé, no será un día como otro cualquiera. Incliné como pude la cabeza hacia el camino que lleva a mi parque y, ¡sorpresa!, estaba cerrado por la policía.
Joder.
Mientras tanto la masa histérica corriendo de un lado a otro, como el que juega al pilla pilla con una policía que les ignora completamente. Adrenalina en estado puro. Una válvula de escape para gente que grita mucho y hace poco. Como todos, supongo.
Joder, una puta avispa.
Y así fue como cerré la ventana y dejé a la masa eufórica con su pilla pilla, a los policías con mi parque y a mí con la inercia.
Sospeché que sería un día como otro cualquiera, y en efecto.

La misma historia de siempre, pero un poco más muerto.


Qué bonito es abrir los ojos en la madrugada y estar acompañado por unas preciosas curvas. Sí, me refiero al tazón de leche que me olvidé de fregar ayer.
En realidad no, no es bonito. Y sí, la historia es cíclica, pero nosotros aún más.
¿Que qué quiero decir con esto? Somos felices con lo que creemos tener, acabamos dándonos cuenta de lo que realmente tenemos, lo dejamos marchar y, luego, comprendemos que lo que teníamos era todo lo que necesitábamos.
Y ahí estaba yo, contemplando el tazón de leche y pensando en lo mucho que echaba de menos tener al amor a mi vera. Añorando a todas y cada una de las mujeres que pasaron por mi cama, o mi ascensor, o mis escaleras, o por donde quiera que fuera que hiciéramos y deshiciéramos el amor.
Son tiempos difíciles para un tío tan ciego como yo, que se enamora a primera vista de la mujer que parece tener la vida más ardua del vagón.
Sí, adoro a la gente con una vida compleja. Ante todo, somos nuestras circunstancias, y la gente de circunstancias sencillas aburre.
Fuera lo que fuera, este era el principio de la misma historia de siempre, pero un poco más muerto.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Ante la duda, la que menos corra.


Simon & Garfunkel susurrándome the sound of silence en una mañana cualquiera, de un día cualquiera, de un año cualquiera, en una vida cualquiera. Y de repente, en esa mañana cualquiera de ese día cualquiera, empecé a sentir algo, algo dentro de mí. Como si, lentamente, algo estuviera quebrándose en lo más profundo de mis restos. Lo único que se podía escuchar era el paso de las manecillas de un reloj que no existía. 'Tic-tac'. Giré la cabeza y contemplé una cama más vacía y triste que yo. Una cama en la que no había una pareja besándose y riendo. Y ahí lo comprendí: necesitaba afecto, cariño, tacto, sonrisas, conversaciones. Necesitaba sentirme embaucado por una mujer y por algo de alcohol. Cuando el mundo te ahogue, bébetelo. Al final todo se reduce a eso; a un mundo que te presiona y unas drogas que te evaden. En este caso, necesitaba una droga con las piernas más largas que yo. Como no podía ser, decidí ir a por una que no pudiera escapar de mí.
Y así fue como pisé la calle y terminé comprando unas cervezas.

Un día como otro cualquiera.


Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 06:35. Volver a dormir.
Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 10:27. Mucho mejor.
Sospechaba que sería un día como otro cualquiera, pero no, me negué.
Saludé en twitter, limpié la casa, me duché y preparé un cuaderno y un bolígrafo. Todo apuntaba a que hoy no sería un día como otro cualquiera, aunque se pareciera mucho.
Así que, qué mejor para romper la rutina que salir a la calle, tomar un poco el aire, beber alguna cerveza y ver a los críos jugar mientras escribo y contemplo lo primero que se cruce ante mis ojos.
De repente: gritos. Muchos gritos. Me asomé a la ventana. Gritos antifascistas por aquí, ACAB por allá; cervezas por allí y policías por acá.
Qué cojones. Bueno, no importa, mejor, mucha más gente agolpando las calles al ritmo de sus ideologías. Supongo que son los gajes de vivir en la zona olvidada de Berlín. Zona adornada con preciosas fábricas abandonadas y cadáveres en decadencia a la merced de las prostitutas y la inercia.
Es igual, pensé, no será un día como otro cualquiera. Incliné como pude la cabeza hacia el camino que lleva a mi parque y, ¡sorpresa!, estaba cerrado por la policía.
Joder.
Mientras tanto la masa histérica corriendo de un lado a otro, como el que juega al pilla pilla con una policía que les ignora completamente. Adrenalina en estado puro. Una válvula de escape para gente que grita mucho y hace poco. Como todos, supongo.
Joder, una puta avispa.
Y así fue como cerré la ventana y dejé a la masa eufórica con su pilla pilla, a los policías con mi parque y a mí con la inercia.
Sospeché que sería un día como otro cualquiera, y en efecto.