sábado, 7 de marzo de 2015

Casi 400 días.

Cuando lo has perdido todo o, más bien, nada te importa lo suficiente, te conviertes para los demás en un héroe: el héroe que necesitan. En ese mismo instante, el peso de la desgracia ajena recae sobre tus hombros. Lo que parecían bonitas historias de amor, trabajos idílicos, aventuras, y fiestas que rozaban la utopía, se convierten en vendavales de lágrimas, histeria y tristeza que hacen estremecer a la propia vida. Y ahí es cuando tú, querido héroe por gracia del azar, entras en primer plano. El destino te ha escogido a ti para salvar y ahuyentar los males de tus más cercanos amigos, compañeros y de cualquier ser que sepa distinguir en tu mirada caída y tu andar desidioso a ese héroe que tanto tiempo llevan esperando. Pero, como en todo, hay algo que escapa a su entendimiento y a toda esa maraña de vacío que no consiguen desenredar y es que, ese héroe que torna en su esperanza, está tan o más hundido que ellos; ese héroe es el propio antagonista de su historia, tiende la mano a todos menos a sí mismo, se dedica a aconsejar todo lo que él jamás ha realizado, con ese tono cálido y amparador que tanto nos caracteriza. 

Pero todo esto, por mi parte, ya había terminado. Todo eso no es más que una mentira para escapar de una realidad que ni nosotros mismos queremos afrontar. Salvamos a los demás no por una cuestión altruista o de amistad, sino para llenar nuestras insípidas y vacías vidas. Miramos su reflejo como si pudiese ser nuestro mañana, como si todo lo que nos atormenta, las caras vacías y tétricas, los viajes guiados por la inercia a nuestros puestos de trabajo, las reuniones familiares, los reencuentros con viejos conocidos que nos importan tres cojones, los paseos por el mismo lugar buscando revivir el mismo anhelo; todo eso que hacemos por alguna cuestión moral o de pura gravedad y sentido 'común' que nos han implantado desde pequeños y no nos hace ni una pizca de felices pudiese disiparse con un simple 'todo saldrá bien' o un rotundo 'ánimo, tú puedes, la vida es bella. Lo único que tienes que hacer es salir ahí fuera y disfrutar de los pequeños detalles'. Buscamos en nuestro propio eco la salvación, la tierra prometida, la felicidad en formato cáliz y bebérnosla como si la vida nos fuera en ello, que de hecho, es lo cierto. Y no, eso no sucede. Vomitas y derramas cólera ya que no comprendes por qué maldito azar has sido hecho de una pasta defectuosa que te impide alienarte y ser tan imbécil, o inteligente, como el prójimo, ese que en apariencia carece de cualquier cuestión metafísica o banal que pudiese alejarle de seguir hilando pasos hacia donde sea que vaya que parece hacerle tan feliz, o pleno, o, por lo menos, que le hace seguir sintiéndose vivo. De poder seguir dando pasitos, cortos o largos, izquierda y derecha, constante e impasible, mientras mantiene la sonrisa. Para mí son como gárgolas o seres mitológicos, no existen, están fuera de mi realidad. Pero cerca de mí. Tan cerca como una voz o una respiración, tan de mi lado como si yo fuese la gárgola que vive en algún mundo imaginario o realidad paralela y ellos estuviesen del lado de aquí, del de la vida, aferrándose a lo efímero del asunto y yo tan viviendo en un cuento que había convertido en pesadilla.


 Quizá el problema que he tenido siempre es el hecho de querer ser feliz, esa máxima a la que, al margen de una vida cómoda, todos aspiramos, como si fuese algo innato, un designio de un ser de luz que nos ha atravesado antes de llegar a ser y nos ha ajustado las tuercas para querer en nosotros, seres tibios y apagados, la búsqueda del pájaro azul. Era la hora de derruir todo ese credo de intensa felicidad y aspiraciones de la que nos creemos merecedores por el mero hecho de estar caminando y girando en armonía con la tierra. Me niego a ser feliz, me parece algo ruin y detestable. ¿Cómo puedes ser feliz sabiendo que la vida sólo nos sonríe a nosotros por puro azar? El resto del mundo agoniza, sufre, está en llamas, asolado y reventado, es un páramo en el que reina el dinero, y todo lo que no sea dinero o beneficio es puro ganado. Si ellos se mueren de hambre, yo moriré de tristeza. Sólo busco un trato ecuánime: que arda todo. Por desgracia, no tenía suficiente gasolina ni tiempo como para inundar todos los continentes, así que decidí comenzar por mí. Y me incendié. Hice una purga de mi alma en vivo, a lo bonzo, en la plaza pública de mi círculo personal, terminé con, prácticamente, todas mis relaciones personales, fui dejándolas sin aire poco a poco, las farolas y los bares comenzaron a olvidar mi cara, y, poco a poco, yo también olvidé la suya. Estaba en guerra conmigo mismo, y no avistaba la tregua.



sábado, 5 de octubre de 2013

Ella, que sin saberlo, me parte el alma.

Una vez leí que el amor era algo tan repentino y directo como un rayo que te parte en dos; puede fulminarte guiñándote un ojo con su andar despistado o con una media sonrisa a la orilla de la intimidad. Esa primera taquicardia, los recuerdos, el 'qué torpe, por qué no la besé'.
Las sonrisas entre estribillos, pensando que podría haber sido mejor. Pero por lo menos fue real.
Así me sentí después de una mala vida, una mala vida que pesó tanto como cargar con el mundo sobre los hombros.
Todo tornó esperanzador y el destino era mi tablero; ahora mandaba yo, y ella era mi heroína. Aunque no lo supiera.
Pero para qué, eso no importaba, nada importaba cuando nuestras manos se entrelazaban acompasadas por un interminable paseo, ni el tiempo era capaz de dictar sus leyes inquebrantables. Con ella las tardes eran segundos y sus ausencias eran vidas. 
Pero a nadie le importa esperar cuando es feliz.
Ella, que sin saberlo, salvaba mi mundo en cada beso, cuando me rozaba y acariciaba la mano, tumbándose y brillando tanto o más que la luna. 
Ella, que sin saberlo, sobre esa manta verde a la luz de lo inalcanzable, era el faro que dictaba mi destino.
Ella, que sin decírmelo, se marchó para siempre, dejándome a las orillas del tiempo, esperándola cuantas vidas fuesen necesarias. 
Después de todo, no nos diferenciamos tanto; tú esperas nuevo artífice y yo soy soga y títere.

jueves, 9 de mayo de 2013

La vida es un puñado de papeles de colores.


Nacemos, crecemos, perdemos la inocencia y morimos.
Soñé con un mundo en el que la gente disfrutaba del papel y el caos que puede contener, incluso vivían y morían por él. Esos pequeños papeles contenían la mejor de las novelas, la más bella poesía e incluso un pedazo del sentido de nuestra vida. La gente dedicaba los buenos días, incluso las buenas tardes y, los más afortunados, las buenas noches, para conseguir acumular más y más pedazos impregnados de letras. Cuando lo tenían en sus manos, incluso en sus bolsillos, reían con él, lo celebraban e incluso lo canjeaban para el deleite de sus cinco sentidos. Pero cuando ya no quedaba; lágrimas. El hueco que dejaba en sus vidas se llenaba de plegarias, de gritos, de sufrimiento. Todo perdía el sentido.

Un día soñé con un mundo en el que la gente disfrutaba del dinero. Y qué desgracia.

domingo, 5 de mayo de 2013

Felicidades, mamá.


Hoy es el día de la madre. Bueno, hoy y siempre. Todos los días deberían ser el día de todo lo que merece la pena en esta vida.
Tal vez, madre, tú no me trajeras al mundo, pero eso no importa, porque cuidaste de mí como si así hubiese sido. Como si fuera un trozo más que nació de lo más profundo de tu ser.
Tarde o temprano, el tiempo rompe todo, incluso a ti, pero jamás quebrará el recuerdo. Tu afecto y paciencia siempre tendrán hueco en mi vida, tu pequeño legado.
Muchas fueron las tardes que me decías “sé feliz, estudia mucho y ten una vida digna, no lo olvides”. Y, aunque a destiempo, lo recordé, y en gran parte gracias a ti.
A veces es demasiado tarde para ser consciente del valor de las palabras, y, sobre todo, para agradecerlas. Pero te lo agradezco, infinitamente, sea donde sea que estés.
Desearía creer que existe un sitio en el que te cuidan como mereces, no una simple y perpetua nada. Pero eso no importa, siempre estarás en mí, y siempre guardaré la estela de tu cariño como mereces.
Feliz segundo, minuto, hora, día y eternidad, Mamá. Te quiero.  

sábado, 4 de mayo de 2013

El alcohol es para estúpidos y cobardes.


Eso dije unas semanas antes de meterme media botella de tequila y un par de cervezas del tirón, directo al alma. Quería matar a la hija de puta de la melancolía a base de tragos. Deseaba arrancarle esos tacones tan afilados que tantas taquicardias me estaban provocando. Anhelaba follármela con la rabia del que se siente muerto en vida.
Pero el único que acabó al borde del precipicio de la cama fui yo.
Vomité tantas veces como mariposas anidaron en lo más profundo de mi ser. Y reí. Reí con la demencia del que no puede llorar.
Y lo peor, lo peor de todo, más doloroso que tener tus principios e ilusiones en ruinas, es la resaca de imposibles que se avecina.
La vida te brinda oportunidades, por supuesto que sí, pero sólo para deleitarse viendo cómo las destrozas.

jueves, 2 de mayo de 2013

Devolvedme mi parque, casualidades.


Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 06:35. Volver a dormir.
Levanto la cabeza y miro la hora en el móvil: 10:27. Mucho mejor.
Sospechaba que sería un día como otro cualquiera, pero no, me negué.
Saludé en twitter, limpié la casa, me duché y preparé un cuaderno y un bolígrafo. Todo apuntaba a que hoy no sería un día como otro cualquiera, aunque se pareciera mucho.
Así que, qué mejor para romper la rutina que salir a la calle, tomar un poco el aire, beber alguna cerveza y ver a los críos jugar mientras escribo y contemplo lo primero que se cruce ante mis ojos.
De repente: gritos. Muchos gritos. Me asomé a la ventana. Gritos antifascistas por aquí, ACAB por allá; cervezas por allí y policías por acá.
Qué cojones. Bueno, no importa, mejor, mucha más gente agolpando las calles al ritmo de sus ideologías. Supongo que son los gajes de vivir en la zona olvidada de Berlín. Zona adornada con preciosas fábricas abandonadas y cadáveres en decadencia a la merced de las prostitutas y la inercia.
Es igual, pensé, no será un día como otro cualquiera. Incliné como pude la cabeza hacia el camino que lleva a mi parque y, ¡sorpresa!, estaba cerrado por la policía.
Joder.
Mientras tanto la masa histérica corriendo de un lado a otro, como el que juega al pilla pilla con una policía que les ignora completamente. Adrenalina en estado puro. Una válvula de escape para gente que grita mucho y hace poco. Como todos, supongo.
Joder, una puta avispa.
Y así fue como cerré la ventana y dejé a la masa eufórica con su pilla pilla, a los policías con mi parque y a mí con la inercia.
Sospeché que sería un día como otro cualquiera, y en efecto.

La misma historia de siempre, pero un poco más muerto.


Qué bonito es abrir los ojos en la madrugada y estar acompañado por unas preciosas curvas. Sí, me refiero al tazón de leche que me olvidé de fregar ayer.
En realidad no, no es bonito. Y sí, la historia es cíclica, pero nosotros aún más.
¿Que qué quiero decir con esto? Somos felices con lo que creemos tener, acabamos dándonos cuenta de lo que realmente tenemos, lo dejamos marchar y, luego, comprendemos que lo que teníamos era todo lo que necesitábamos.
Y ahí estaba yo, contemplando el tazón de leche y pensando en lo mucho que echaba de menos tener al amor a mi vera. Añorando a todas y cada una de las mujeres que pasaron por mi cama, o mi ascensor, o mis escaleras, o por donde quiera que fuera que hiciéramos y deshiciéramos el amor.
Son tiempos difíciles para un tío tan ciego como yo, que se enamora a primera vista de la mujer que parece tener la vida más ardua del vagón.
Sí, adoro a la gente con una vida compleja. Ante todo, somos nuestras circunstancias, y la gente de circunstancias sencillas aburre.
Fuera lo que fuera, este era el principio de la misma historia de siempre, pero un poco más muerto.